«Un
ángel no tiene lugar, no tiene precio,
no se puede comprar».
no se puede comprar».
Aznar/García
Es
cierto que Roberto no puede seguir conmigo y trato de comprenderlo. Soy su
desgracia, lo entiendo. A veces simplemente espero que me llame, que me trate
de dar una oportunidad más, una última y que me deje demostrarle lo tanto que
lo quiero y lo que puedo hacer por él. Espero que un día de éstos suene mi
teléfono y pueda escuchar su voz: grave y franca que se endulza con palabras
suaves que terminan con mi nombre. Qué puedo decir, estoy destrozada.
Soy
una estúpida por haberlo dejado en su momento, una presa del impulso que me he acarreado
por años siempre delante de todo, como el orgullo inservible que me tuvo que
tocar y lo reconozco, casi sin miedo de que me lea o escuche, pero todavía sin
la fuerza de decírselo a la cara. Tal vez en el momento exacto en que lo tenga
así, frente a mí y sin ninguna opción más que afrontarlo lo haría, lo sentaría
de una vez por todas y trataría de decirle todas estas palabras que tengo
atoradas en la garganta hasta deshacerme de ellas, esperando que después de
todo eso me mire con dulzura, con algo de rabia o angustia, pero que me sepa
escuchar.
Estoy
de acuerdo de seguramente no pase nada de lo que espero, que no podré retenerlo
una vez más y se irá, se irá bailando como yo lo hice con él, dejando de lado
mis opiniones y mis justificaciones, dejándome sentada en la banqueta como se
lo hice aquella vez. Lo entiendo, es comprensible, más sin embargo vivo con
esto, con esta extraña pesadez que clama por un poco de indulgencia y que busco
en Roberto una vez más, ahora sin la certeza de saber si le importo aunque sea
un poquito.
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