Hoy me propuse dejar de jugar. Me he cansado de este torpe juego en el que me he internado por los últimos meses; se ha vuelto soso y rutinario. Pienso que es tiempo de dar el siguiente paso hacia el próximo nivel de la nada, de nada que sea digno de subrayar, nada que sea más importante que haberme sacado el moco ayer.
Entre tanto revoltijo de sucesos inesperados y acciones tontas que me dieron risa, al principio, lo dejo aquí. Cada vez estoy más grande para andar con éstas cosas. No por haber pasado algo voy a volver a alocarme como adolescente primario, eso es lo más primitivo y elemental que, aunque lo hice, ya fue suficiente. Mis aptitudes y actitudes básicas topan contra eso, simplemente tengo que medirme. He aprendido la lección, lección que era sumamente necesaria y que yo mismo fui construyendo para afrontarla y vivirla, sentir el verdadero yugo que idealizaba cada tarde de verano entre las ocho y nueve de la noche. Así fue y lo hice. Ahora sigo donde mismo, sin una historia de mentiras y farsas en donde accedía como última oportunidad hacia el sexo opuesto y la, supuesta, naturaleza humana.
Hoy respiro con júbilo gracias al enorme peso que he dejado de lado y los vastos litros de alcohol que han pasado por mi garganta. Es suficiente, lo digo, es suficiente. No me pondré a escribir en un blog secreto sobre nuestras historias porque son muy mías, demasiado privadas y siguen aquí, entre el montón de cosas que circulan en mi cabeza, en un lugar especial, un camino que te ganaste y supiste crear y labrar, enorme pero finito, como todo en el extenso universo. Vives aquí, como los linfocitos en mi sangre, con ese conjunto de características que nadie más tendrá y que has plasmado en mi ser, mi ser que te absorbió y te dejó porque era lo que quise en su momento y mantengo en pie.
Afortunadamente, no puedo quejarme de mucho, aunque mis pláticas casuales digan todo lo contrario, aunque mi prosa pesimista narre sucesos e historias dignas del vómito, sigo siendo el mismo. Dirijo mi vista al frente y al cielo, aceptando los errores necesarios y los ganchos en las costillas, escuchando la misma música que pocos disfrutan, los films que sólo a los perdedores nos gustan y leyendo lo más posible que se pueda. Sigo siendo el terco que no sabe qué hacer con su vida y que, por lo pronto, se refugia en las acciones que poco a poco se han vuelto lo que soy.
No creo en el matrimonio ni en la felicidad como un estado firme. Creo en las charlas en los cafés, en el jazz que nos dejaron esos negros eternos. Creo en el cuento y la prosa, en la poesía que no se plasma con palabras. Creo en la mujer y sus hermosas virtudes, en el sexo casual y los viernes de mi comida favorita. Creo en un ser supremo que es más fuerte que nosotros y que me límito a ignorar, creo en la mezcla de razas y el egoísmo individualista que fluye por mi. Creo en el sadomasoquismo. Creo en mi, como un ente errante que se esfuerza para seguir aguantando los putazos, en el tabaco como acelerador de la muerte y creo, creo en la felicidad como pequeños lapsos de tiempo que deben disfrutarse.
No prometo escribir un libro ni ejercer mi carrera de ingeniero en el labor, pero prometo ir a Buenos Aires y París como voto de que creo en el amor.
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