Llevo ya una copa de más, aquí en La Sed Mortal, cuando llega Dodó. Y yo no me muevo de aquí, y aun así habré de llegar a la conclusión de que no hay un ser más culpable que yo, ni lo habrá, sobre la tierra. Y empiezo a pedir así: Por las cosas que siento y por aquellas que odio sentir, por mi mala cabeza porque mi calavera, ella no dejará de reír, por las lunas nuevas, por las cosas revueltas que dan vueltas dentro de mí, por seis años de penas y por cosas que ni tan siquiera me atrevo a decir. Perdón por mis pies siempre fríos, por la noche pasada, y por la otra, y por aquella también. Perdón por el Gran Sinsentido, por querer comprenderlo y, sobretodo, por no comprender ... Perdón. Y Dodó me observa, y yo le oigo rezar así: "Perdón por existir." Y amablemente invito a una copa a Dodó, y él me cuenta que incluso los perros se ponen tristes después de eyacular. Y acabamos agarrados en La Sed Mortal, y yo puedo jurar que no hay un ser más culpable que yo, ni lo habrá, sobre la tierra. Y por dos mil años de cristiandad; por tener la osadía de alimentarme y de respirar; por los superdotados, por el hombre tripudo y por la liberación sexual, por el circo italiano, por el viejo que agita una servilleta al hablar y me jura y me perjura que en ella ha resuelto el misterio de la Santísima Trinidad. Perdón por la gente moderna, porque corro el peligro de mirarla y perder la razón. ¡Perdón, por el amor de Dios!, por la gran decadencia de una vida pidiendo perdón. Perdón, perdón por los cuatro elementos, por la tierra y el agua y el fuego y la polución. Perdón, perdón por todos mis lamentos, por Dodó y, en fin, hoy pido por esta canción. Perdón. Y os miro a los labios, y a todos oigo pedir perdón por existir. |
viernes, 1 de marzo de 2013
La sed mortal
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