«Creo que soy el último en la fiesta, ¿dónde está la gente y la diversión?».
Intento pensar en el lugar en que se encontraba Nacho Vegas al inspirarse en esa canción, seguramente no se trataría de una reunión de Noche Buena, pero el hecho de idealizarlo me remite a la noche y madrugada de hoy, en una larga escena sin cortes de un film inspirado en esa melodía y mi persona como el actor principal. Seríamos el tiempo y yo y la escenificación del deterioro de los pensamientos a través de los días, de las horas, de los pinches minutos en los que creo existir y luego vuelvo —como siempre— al mismo «punto».
¿Se puede volver a un sitio que nunca se ha dejado? En los primeros meses del año pensé que se trataría de algo muy pesado, un año para olvidar y del cual, me quejaría en el futuro por las dificultades que éste traería. Sin duda, el comienzo del año empezó de la patada, desde la primera semana si mal no recuerdo. Un inicio agotador tras un diciembre anterior que había quedado como el último gran intento de algo fuerte, algo que, más bien, quería creer que se trataba de algo fuerte y terminó yéndose al carajo muy fácilmente.
Entre el dilema de terminar etapas y la incertidumbre de cómo comenzar otras, me vi interrumpido con algunos planes familiares con el accidente que tuvo mi padre: un caballo lo pateó en la pierna izquierda quebrándole tibia y peroné. Dos intervenciones quirúrgicas y una larga recuperación de nueve meses culminaron con su regreso al trabajo y un baile en Noche Buena junto a mi madre, justamente la noche de ayer: un «milagro» que presencié con una de las alegrías y perseverancias más significativas de mis últimos años. Es extraño recrear todas esas imágenes en donde el dolor insoportable de sus gritos fueron un sonido habitual en la casa. Acostumbrarse, no saber qué decir y sin embargo seguir ahí, junto a él, porque la facultad se había terminado con un final muy discreto y pinche y no tenía una idea que que era lo siguiente.
¿Y qué era lo siguiente? Trabajar había sido el punto claro del enfoque y no trabajar era la cómoda incapacidad de no hacer nada. Después de tres meses de graduarme encontré trabajo y ahí sigo; nada mal leyéndose de esta manera y un nada-que-ver con la percepción que tuve durante esos largos días, tan vacíos de acciones y tan llenos de cientos de pensamientos que fluían y fluían y terminaban tumbándome con dolor de cabeza. Eran momentos de inestabilidad en los que esta misma duda me situaba en un conformismo exquisito del Carpe diem de dientes para afuera: un estoy-en-proceso-de-situarme-y-por-ahora-no-me-estés-chingando. Así pasé tres meses en casa, la mayor parte del tiempo con mi papá y la otra parte entre fiestas random en donde prefería quedarme a dormir.
Sigo pensando que soy el último en la fiesta, como Nacho en esa reunión en donde le canta al amor, al desamor y a esa serie de vivencias que nos mantienen en el foco de nuestras jodidas vidas. Lo pienso porque generalmente me pasa, si: casi siempre termino entre las últimas personas en un lugar que no conozco, con personas que no conozco y con una incertidumbre neutra de aceptar si hay sexo grupal o madrazos y golpes al por mayor: ruleta rusa de los que no cargamos armas de fuego. En fin, que si menciono esto es porque el año estuvo repleto de situaciones como esta, en donde los encuentros fortuitos eran la cena de la noche: entre alcohol en la barriga y los pulmones cargados de humo e impaciencia, me alimentaba de los pedazos de desperdicio que las noches suelen entregar.
Todavía sigo aceptando mi notable inmadurez, puesto que aún logro darme cuenta de errores pendejos que sin duda pude haber evitado de una fácil manera, sin embargo, al momento de notar este tipo de cuestiones me concentro en el ágil punto de vista en el que me encuentro al notar dichas cosas. Sigo siendo un mocoso, sigo siendo un puñado de errores y malas decisiones envueltas en un costal de huesos, y no es para menos, aunque la apertura de puntos de vista desde mi enfoque se ha expandido un poco y eso me mantiene más despierto.
El 2013 sin duda no puede contarse como un mal año en mi como lo creí antes, fácil podría decir que ha sido uno de los mejores —sino es que el mejor—, y es que en eso de mejores nunca me siento totalmente seguro, como ninguno de los discos de mi biblioteca tiene más/menos de cuatro estrellas de cinco posibles que hay para calificar.
«Creo que soy el último en la fiesta, una a la que nadie me invitó».