viernes, 27 de diciembre de 2013

La fiesta

    «Creo que soy el último en la fiesta, ¿dónde está la gente y la diversión?». 
    Intento pensar en el lugar en que se encontraba Nacho Vegas al inspirarse en esa canción, seguramente no se trataría de una reunión de Noche Buena, pero el hecho de idealizarlo me remite a la noche y madrugada de hoy, en una larga escena sin cortes de un film inspirado en esa melodía y mi persona como el actor principal. Seríamos el tiempo y yo y la escenificación del deterioro de los pensamientos a través de los días, de las horas, de los pinches minutos en los que creo existir y luego vuelvo como siempre al mismo «punto»
    ¿Se puede volver a un sitio que nunca se ha dejado? En los primeros meses del año pensé que se trataría de algo muy pesado, un año para olvidar y del cual, me quejaría en el futuro por las dificultades que éste traería. Sin duda, el comienzo del año empezó de la patada, desde la primera semana si mal no recuerdo. Un inicio agotador tras un diciembre anterior que había quedado como el último gran intento de algo fuerte, algo que, más bien, quería creer que se trataba de algo fuerte y terminó yéndose al carajo muy fácilmente. 
    Entre el dilema de terminar etapas y la incertidumbre de cómo comenzar otras, me vi interrumpido con algunos planes familiares con el accidente que tuvo mi padre: un caballo lo pateó en la pierna izquierda quebrándole tibia y peroné. Dos intervenciones quirúrgicas y una larga recuperación de nueve meses culminaron con su regreso al trabajo y un baile en Noche Buena junto a mi madre, justamente la noche de ayer: un «milagro» que presencié con una de las alegrías y perseverancias más significativas de mis últimos años.  Es extraño recrear todas esas imágenes en donde el dolor insoportable de sus gritos fueron un sonido habitual en la casa. Acostumbrarse, no saber qué decir y sin embargo seguir ahí, junto a él, porque la facultad se había terminado con un final muy discreto y pinche y no tenía una idea que que era lo siguiente. 
    ¿Y qué era lo siguiente? Trabajar había sido el punto claro del enfoque y no trabajar era la cómoda incapacidad de no hacer nada. Después de tres meses de graduarme encontré trabajo y ahí sigo; nada mal leyéndose de esta manera y un nada-que-ver con la percepción que tuve durante esos largos días, tan vacíos de acciones y tan llenos de cientos de pensamientos que fluían y fluían y terminaban tumbándome con dolor de cabeza. Eran momentos de inestabilidad en los que esta misma duda me situaba en un conformismo exquisito del Carpe diem de dientes para afuera: un estoy-en-proceso-de-situarme-y-por-ahora-no-me-estés-chingando. Así pasé tres meses en casa, la mayor parte del tiempo con mi papá y la otra parte entre fiestas random en donde prefería quedarme a dormir. 
    Sigo pensando que soy el último en la fiesta, como Nacho en esa reunión en donde le canta al amor, al desamor y a esa serie de vivencias que nos mantienen en el foco de nuestras jodidas vidas. Lo pienso porque generalmente me pasa, si: casi siempre termino entre las últimas personas en un lugar que no conozco, con personas que no conozco y con una incertidumbre neutra de aceptar si hay sexo grupal o madrazos y golpes al por mayor: ruleta rusa de los que no cargamos armas de fuego. En fin, que si menciono esto es porque el año estuvo repleto de situaciones como esta, en donde los encuentros fortuitos eran la cena de la noche: entre alcohol en la barriga y los pulmones cargados de humo e impaciencia, me alimentaba de los pedazos de desperdicio que las noches suelen entregar. 
   Todavía sigo aceptando mi notable inmadurez, puesto que aún logro darme cuenta de errores pendejos que sin duda pude haber evitado de una fácil manera, sin embargo, al momento de notar este tipo de cuestiones me concentro en el ágil punto de vista en el que me encuentro al notar dichas cosas. Sigo siendo un mocoso, sigo siendo un puñado de errores y malas decisiones envueltas en un costal de huesos, y no es para menos, aunque la apertura de puntos de vista desde mi enfoque se ha expandido un poco y eso me mantiene más despierto. 
    El 2013 sin duda no puede contarse como un mal año en mi como lo creí antes, fácil podría decir que ha sido uno de los mejores sino es que el mejor, y es que en eso de mejores nunca me siento totalmente seguro, como ninguno de los discos de mi biblioteca tiene más/menos de cuatro estrellas de cinco posibles que hay para calificar. 
    «Creo que soy el último en la fiesta, una a la que nadie me invitó».
    

    

miércoles, 18 de diciembre de 2013

No fue bueno, pero fue lo mejor

    Faltan algunos días más para que se termine el año y por lo pronto dispongo de diez minutos para escribir aquí: sentencia típica de la jornada hacia mi persona. ¿Qué puedo decir en diez minutos que no me sumerja en un largo monólogo de lo que a nadie le interesa? Sí, pues nada, que ha sido otro año que se se fue volando y todo eso que la gente suele decir cuando se acercan las fiestas.
    Esta madrugada tomé un taxi para volver a casa y fui pensando en todas esas cosas que no cumplí, en las que valieron verga desde enero, las que descarté por que se ramificaban de otras, en las que era un hecho que tenía que cumplir por obligación, en las que aparecieron de momento y no alcancé a escribir en mi lista de propósitos, en las que se renovarán para el año que viene. No sé, tal vez eso de hacer listas a cumplir nunca se me dé, como ninguna lista sobre algo, como un top ten de mis libros preferidos o los playlists que suelo hacer y son un asco, incluso para mí, y no, no creo que vuelva a hacer una lista de este tipo.
    Aún quedan días que vivir del 2013 y también para no vivir, como en cualquier año, con un diciembre regiomontano que tiene un sol pálido y claro además de un frío seco y franco, como el año pasado, como el año que seguramente vendrá acompañado de las mismas historias que se modifican un poco pero siguen siendo el mismo fruto de todos los días. 
    Y quién sabe, que este año fue una mezcla muy entretenida de muchos factores, pensaba que era uno de mis peores, pero desde esta perspectiva decembrina visualizo que, en efecto, fue uno de los más interesantes que he tenido. Kapput. 


miércoles, 11 de diciembre de 2013

20-19

    Son las diez de la noche y el lugar ya está casi totalmente deshabitado. ¿Será por el frío, será porque es martes? No lo sabemos y no lo queremos conocer; queremos sabernos, no conocernos: saber que es lo que hay más allá de las cuestiones en común y el extraño lazo que hemos creado. Lo hemos hecho, con diferentes puntos de vista maybe, pero con el mismo resultado y esto es el 20-19. 
    Nos adueñamos torpemente del lugar y de los dos espacios en cuestión, con decisión repentina, fundamentada en torpes ansias del deseo e instinto animal, al menos, de mi parte. Y ahí estamos, y ahí estoy: figurando no tenerte mientras te doblas bajo múltiples sensaciones, actuando y pensando en el pequeño límite que tienes preestablecido: rompiendo todas tus reglas, sus reglas, rompiéndome a mi mismo toda la madre. 
    Eso es el 20-19: una señal más del rastro que vamos dejando a través de la ciudad. 

lunes, 2 de diciembre de 2013

Emilia

    Es el último día antes de tu llamada. 
    Cabizbajo y enredado en pensamientos que van más allá de mi disposición sentimental, me encuentro en el mismo lugar en el que charlamos aquella tarde lluviosa y extraña: síntoma incorregible de no percibir lo que somos, lo que fuimos y la sensación nada probable posibilidad que no busco de volvernos a encontrar. 
    Lo sé, es una prueba inminente de saberme perdedor entre el montón de situaciones que nos rodean haciéndome responsable de la mayoría de las culpas, como una especie de manda religiosa que tengo que cargar para sentirme más humano, así como también, procuro figurar la fatalidad que tus noticias tienen en mi como un mal disparador de malos humores en mis jornadas.
    La humedad que me abarca me dibuja como un elemento extraño, un sujeto fuera de escena que se ha plasmado violentamente para destrozar la imagen, una imagen que  anteriormente había sido un suculento acto de amor grotesco e impulsivo. 
    Estoy todavía aquí, escalando uno a uno los editados recuerdos mientras pierdo percepción de mis sentidos, olvidando las promesas y esos torpes besos que siguen siendo los mejores de mi repertorio. Es el último día antes de tu llamada y me estoy consumiendo entre un ataque de ansiedad reprimido y la enorme culpa de volver a perderte. «Probablemente no llames», me digo mientras termino de beber el agua de mi recipiente. «Seguramente todo te saldrá bien», continuo en ese diálogo efervescente que duele y acongoja. «Verás que todo es sólo una fase en donde pensarás mejor las cosas y, quizá, te aclararás de una vez por todas que nuestro camino se ramificó hace ya algún tiempo»
    «Con un poco de suerte, mañana olvidarás llamarme», afirmo y prosigo: «recibirás la mejor noticia que pudieses esperar y todo será mejor que antes. Saldrás a bailar, a beber, a ligar y todo ese tipo de acciones que, sé, nos caerán de maravilla, y si a caso llegas a llamar, lo más probable es que me des las gracias por todo eso que siempre sueles mencionar. Por último, me pedirás que nos volvamos a cartear para saber al menos un poco el uno del otro y con gusto accederé, pero por amor, sé que nunca te voy a responder»
    Se termina el día, hay que seguir. 






Originalmente publicado en mi otro blog: http://www.pactoficcional.mx/2013/10/emilia.html

Gold Flakes

    Uno de estos días te darás cuenta de que no es muy bueno lo que estamos haciendo. Lo digo porque yo lo sé, porque lo entiendo desde el primer momento en que decidí hacerlo y porque me extraña que aún no te percates o, también, me asusta que sigas como si nada, como si fuera de lo más casual. Y tal vez lo sea, pero de los dos yo seré el que pierda.
    ¿Por qué debería molestarme salir nuevamente perdedor? Conozco el resultado que se vendrá si así fuese, seguirían un montón de situaciones en las que me he visto envuelto en anteriores ocasiones y, lo repito, no sería nada nuevo pero tampoco sería lo mejor. «Qué obsesión por cagarla», dirían otras personas, qué necesidad de hacerte sentir miserable ante cualquier acto. 
   Hay necesidad de desilusión, de fallar, de sentirme en el confort del fracaso inminente y seguir aquí, como el intento que se efectúa por el simple hecho de crearlo, sin amor, sin ganas, sin una mínima pizca de sentimiento. Así la recibo, entre brazos que se enlazan y un lipstick rojo que me engendra y me marca, entre bellos gestos y charlas superficiales que pueden durar horas sin un rumbo fijo, porque así estoy ahorita y lo estaré, y me gustaría que te dieras cuenta y, si ya lo hiciste, tendrías que dejar de nombrarme por apodos lindos y esas bobas cursilerías. 
    En fin, de todas formas, no puedo dejar de mirarte un sólo minuto. Contreras a fin de cuentas. Kaputt.