He comenzado a extrañarle sin siquiera
haberle dejado. Lo he notado en los últimos días, con el paso de los minutos
que parecen eternos y el efímero recuerdo que me queda de ellos. Ha pasado de
repente, como el suave roce de su piel contra la mía, como un claro ejemplo de
la contrariedad que mi ceguera procura elegir. Poco puedo imaginar del porqué
concreto hacia el sentimiento, hacia la extraña sensación de sentirse de una
manera u otra con respecto a una simple persona.
El tacto de los días parece no importar y,
sin embargo, se aferran y se desvanecen, justo como la metáfora que ella puede
significar en mis instantes. Lo noto incluso ahora, bajo una presión arterial
alterada, yendo de un desconcierto social hasta un desconsuelo interpersonal en
donde poco figuro a estas alturas de la escena y en las que quedo de lado sin objeción
y la recuerdo: bajo el yugo del denso aire de la noche y esas palabras que
aparecen y se quedan bajo nuestros párpados sin llegar a escucharse, simulando
la barrera del lenguaje o el negado entendimiento del reconocimiento mutuo,
un rechazo.
Y es cierto que hay algo, un bicho pequeño
e inservible que se escabulle por entre mis dedos y la necedad de su nuca. Un
vulnerable ser lleno de repugnancia que igual puede jodernos a placer, en medio
de una merced pendeja en la que nos vemos, o, mejor dicho, me veo, cada que la
falsedad es el mensaje que llega hasta sus oídos, una falsedad tierna y sin maldad que se
engendra y aparece en lugar de la resignación. Hay impotencia si, de la menos
tangible ante tanta acción realizada, un falso escalón que yace y repercute en
todo lo siguiente, lo que se le ramifica y hasta a lo que no. Hay miedo en sí.
He comenzado a extrañarle sin siquiera
haberle dejado. Lo he notado en las últimas risas, las que parecen ser el
último de sus destellos que alcanzaré a percibir. Ha pasado tan de repente,
todo sin intenciones pretenciosas que no fuesen deseo y necesidades del ser,
sin quereres, sin estatus, sin ganas de amar, como un claro ejemplo de la
monotonía en la que me aferro a vivir. Poco puedo imaginar del porqué del
concreto hacia el sentimiento, hacia la extraña sensación de haberme
entrecruzado, de nuevo, con otra persona.
El ahora parece ser el ahora de hace
algunos meses y lo bautizo de total indiferencia: insípido malentendido de
lugares y llamadas entrecruzadas vacilantes, cruda síntesis sin un objeto a
buscar en estos momentos llenos de un vicio detestable y enfundando el deterioro
del cuerpo, del alma y esas cosas que suelen decirse para no afirmar que somos
sólo tierra mal empalmada, tierra que, al final del día, nada tiene de extraño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario