domingo, 20 de abril de 2014

Winterreise

    He comenzado a extrañarle sin siquiera haberle dejado. Lo he notado en los últimos días, con el paso de los minutos que parecen eternos y el efímero recuerdo que me queda de ellos. Ha pasado de repente, como el suave roce de su piel contra la mía, como un claro ejemplo de la contrariedad que mi ceguera procura elegir. Poco puedo imaginar del porqué concreto hacia el sentimiento, hacia la extraña sensación de sentirse de una manera u otra con respecto a una simple persona.
    El tacto de los días parece no importar y, sin embargo, se aferran y se desvanecen, justo como la metáfora que ella puede significar en mis instantes. Lo noto incluso ahora, bajo una presión arterial alterada, yendo de un desconcierto social hasta un desconsuelo interpersonal en donde poco figuro a estas alturas de la escena y en las que quedo de lado sin objeción y la recuerdo: bajo el yugo del denso aire de la noche y esas palabras que aparecen y se quedan bajo nuestros párpados sin llegar a escucharse, simulando la barrera del lenguaje o el negado entendimiento del reconocimiento mutuo, un rechazo.
    Y es cierto que hay algo, un bicho pequeño e inservible que se escabulle por entre mis dedos y la necedad de su nuca. Un vulnerable ser lleno de repugnancia que igual puede jodernos a placer, en medio de una merced pendeja en la que nos vemos, o, mejor dicho, me veo, cada que la falsedad es el mensaje que llega hasta sus  oídos, una falsedad tierna y sin maldad que se engendra y aparece en lugar de la resignación. Hay impotencia si, de la menos tangible ante tanta acción realizada, un falso escalón que yace y repercute en todo lo siguiente, lo que se le ramifica y hasta a lo que no. Hay miedo en sí.
    He comenzado a extrañarle sin siquiera haberle dejado. Lo he notado en las últimas risas, las que parecen ser el último de sus destellos que alcanzaré a percibir. Ha pasado tan de repente, todo sin intenciones pretenciosas que no fuesen deseo y necesidades del ser, sin quereres, sin estatus, sin ganas de amar, como un claro ejemplo de la monotonía en la que me aferro a vivir. Poco puedo imaginar del porqué del concreto hacia el sentimiento, hacia la extraña sensación de haberme entrecruzado, de nuevo, con otra persona.
    El ahora parece ser el ahora de hace algunos meses y lo bautizo de total indiferencia: insípido malentendido de lugares y llamadas entrecruzadas vacilantes, cruda síntesis sin un objeto a buscar en estos momentos llenos de un vicio detestable y enfundando el deterioro del cuerpo, del alma y esas cosas que suelen decirse para no afirmar que somos sólo tierra mal empalmada, tierra que, al final del día,  nada tiene de extraño.


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