miércoles, 2 de abril de 2014

Carta a A

    ¿Cuánto tiempo hará ya de aquello, dos o tres años? 
    Me he enterado de la manera más inverosímil de los sismos de Chile y por ende me acordé de ti. La verdad es que siempre te pienso cuando me viene a la cabeza cualquier cosa que tenga que ver con el país andino: bonita y lógica bobada, ¿no crees? Pensé en ti y en tu niño (qué enorme ha de estar) y en una ráfaga de imágenes en las cuales te veía de espaldas, caminando en una tremenda tranquilidad que, espero, hayas obtenido a fin de cuentas, casi recreando una de las fotografías que me mandaste en tu estadía en Nueva Jersey. Es un tanto extraño como se van situando las cosas, como uno puede ir caminando y cavilando en cualquier pensamiento o evento y, de repente, un nuevo suceso se presenta frente a nuestras narices y ¡Zaz!, al abrir los ojos después de parpadear ya te encuentras en el meollo de un largo proceso de actos shakesperianos. 
    Creo que eso me pasó hace poco, mientras sentía la necesidad de volver a leer a Bolaño. Por alguna extraña razón, recordé el tiempo en el que me lo mencionabas más que a Enrique Lihn o el mismo Nicanor Parra: tú, una chilena provinciana estudiando en la costa este americana, a pocos kilometros de Nueva York; tú, una chica que se la vivía quejando de la madre de la familia judía que les daba habitación a ti y a la otra niña pero que recompensabas con ese ambiente de blanca nieve, siempre esperando por el desconcierto. Recordé aquello y sentí ya no tenerlo tan presente, no recordar de manera correcta esas charlas de largas horas en donde nos reíamos de banalidades y tontamente planeábamos vernos un verano en México (Distrito Federal): tú escapando de tu revolucionario hermano de la UNAM y yo escabulléndome de mi novia de entonces para, al fin, encontrarnos aunque fuese una hora. Qué cagado. 
    He pensado en ti y no creo, en verdad, que tú hayas hecho lo mismo. Ahora con "Estrella distante" no puedo dejar de hacerlo. De hecho (y te soy sincero, como siempre lo hice contigo), es la segunda vez que lo empiezo y, durante la anterior, no pude seguir a más de la mitad sin imaginar tu presencia en uno de los clubs literarios de Juan Stein o Diego Soto, aunque nada tendrías que estar haciendo ahí y era lo más pendejo del asunto. Sin embargo, el recuento de los días y el crudo desenlace en el que nos situamos después de toda la novela que viviste tras tu regreso a Chile, poco me hace querer o tener que estar escribiendo todo esto, pero aquí estoy: escribiendo palabras que me hacen de alguna manera, dejarte de lado nuevamente después de estos últimos días y la lluvia de imágenes en las que, repito, vuelves a aparecer: con tu bello rostro y tu pálida piel y esos ojos sonrientes y vascos que te cargas bajo miradas de tenue vaivén. 
    Sé que las probabilidades de que leas esto son mínimas, por no decir nulas. Y está bien, que por ahora lo mejor es esto como, justamente aquella vez, lo mejor fue que me sacaras de tu mundo y prosiguieras con la atención al pequeño niño que ya tenías y a la complicada relación que ya llevabas con el weón ese que también te hizo botar al gringo y rubio Ken. 
    Por ahora seguiré leyendo a Roberto y trataré de brindar amablemente con café a tu salud. ¡Hip-hip, hurra, Urra! 
    
    

No hay comentarios: