«…después de dar
vueltas en la cama hasta las cinco de la tarde para no levantarme, finalmente
salí a la calle y me encontré con tu carta. Me dio tanta alegría que casi
lloro. Fue lindo por un instante saber que soy relativamente importante (por así
decirlo) para alguien, aunque sea de esta forma tan lejana…».
He leído este
mensaje.
Lo leí cerca de
tres veces seguidas, y no supe cómo responder. Lo he leído varias veces más a
través de los días, como si esperara que tuviese diferentes efectos en mi
entendimiento si tomo agua al momento, si acompaño la lectura con un dulce de
leche quemada, si lo leo antes de irme a trabajar. ¿Cómo poder continuar?
Tardé casi un año
en mandar esa carta y ahora me pregunto cómo es que fue a llegar hasta tus
manos, así, de esta manera: en un desconcierto de lo que te relataba por aquel
tiempo y la injusticia de no darle una releída antes de decidir mandártela. «Te entiendo».
¿Pero qué hay que entender? Han pasado tantas cosas y la vista panorámica de
todo lo sucedido parece caber en un monóculo o en un fish eye, en el que se
resume un descontrol de sucesos y una catarsis ridícula que se presume en el
pasado año.
Desde hace siete
meses aproximadamente, tengo una especie de situación con alguien y eso me
entumece de tus palabras, el notar esa similitud, pero, como si fuese el
verdadero cliché masculino del son-todos-iguales,
parezco ser la otra cara de la moneda de tu respuesta, o sea, el hombre. Lo sé,
y seguramente tendrás todo el derecho de maldecirme y de pensar que soy un hijo
de la gran puta, pero es lo que llegué a pensar al momento de leer y releer tu
respuesta. Carajo, hay que verlo desde el otro punto de vista para darse cuenta
de lo mierda que uno puede llegar a ser. (Hago una pausa para beber del té ya
frío que me acompaña esta noche y carraspeo la garganta a sabiendas que no
hablaré hasta el día de mañana).
Sin embargo,
después de haber leído nuevamente este mensaje, tras un par de días de monótono
trabajo, algunas noches de alcohol discreto y un sinnúmero de minutos
totalmente muertos, llego a la conclusión que, en lo demás, en las pocas y
breves palabras que dejas entrever después del opening de esta respuesta,
tontamente puedo ponerme en tus zapatos y decir que si, que el divagar y el
sedentarismo del no hablar con casi nadie y las amistades que se quedan muy de
lado, pueden mezclarnos en esa pizca de cuestiones en común. Casualidad que
para nada tiene algo de especial y, a estas alturas de la vida, uno aprender a
no tomar mucho en cuenta. Puedo creer lo que sea, cualquier cosa que me digas,
cualquier cuento o relato que me escribas lo tomaré muy en cuenta y, aunque
poco recuerde el por qué decidí cartearte, será bueno. Y estará bien, sólo hace falta un
momento para leernos y un reconocimiento de que podemos llegar a ser
especialistas de requerimientos sin sentido. Puedo creerlo.
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