lunes, 14 de abril de 2014

Lulú

    Anoche volví a soñar contigo y eso ya empieza a pintar mal las cosas. 
    ¿Por qué habrías de situarte ahí, precisamente en uno de los lugares en donde menos quiero tenerte? Infortunios que uno tiene que pasar a pesar de negarlo todo, al parecer. Como siempre, el desconcierto de encontrarse en una determinada situación totalmente aleatoria es el comienzo desmedido, engendrado y alimentado por las reminiscencias del día a día y las contrariedades que no concuerdan y se vuelven paradojas: un resumen mínimo para dejar fluir la escena clara del flujo químico nocturno. Y así fue, en una secuencia de actos en los que te encontraba tan hermosa y, como nunca, andrajosa, con unas casuales fachas que hacían resaltar el ánimo de tus mejillas y la seriedad que a veces recreo sólo en mi imaginación, entregándote una extraña aura que no posees y me repito cada que puedo. Aparentemente, el lugar no podía ir más allá de un simple café, un restaurante barato en el que esperábamos a uno de tus amigos, uno que no conozco, y esa ya es otra pista del detalle y lo cual vuelve el acto tan ficticio como el cariño o mutuo querer que parecía existir en ese instante. Nos observábamos lentamente creo recordar, sin decir palabras, entre un absurdo vespertino de la cotidianidad de jornada no laborada y un calor veraniego. Habrían pasado horas y persistíamos ahí, dejando entrever la síntesis que corre por mi mente de lo que noto para con nosotros y dejando que el tiempo corriera sin decir una sola palabra y sin tomar una clara decisión, aguardando el arribo de tu amigo como clara metáfora de lo que no quiero presenciar y la indiferencia que me corroe hasta el último poro de la piel con respecto a todo ello: la convivencia con personas que nada me interesan y el bienestar social que me importa un reverendo cacahuate. 
    Hay momentos entre sueños en donde percibes toda esa ola de extrañas circunstancias y sabes de antemano que es lo que sigue. Es ahí cuando comienzas a modificar el rumbo del acto mismo bajo los párpados cerrados, cuando alcanzas a distinguir el punto exacto en el que las piezas situadas entre tanta incongruencia están ahí, en efecto, para eso, para moverlas a merced de lo que sucede y el camino que debes forjar en ese preciso momento. Habiendo reconocido mi papel de actor de filme barato, creo recordar haber decidido esperar, esperar junto a ti a tu obeso amigo sólo para observar y afirmarme lo que eso conlleva, y carraspear y reír sarcásticamente entre dientes para expresar un «te lo dije» en tercera persona y un júbilo naciente de ver la mierda que le sigue. Ahí es cuando llega el aburrimiento desmedido de este tipo de situaciones y relaciones en las que me suelo enfrascar, siendo el centro de atención de mi egocéntrica película soy yo el que debe salirse con la suya, cuando veo el desastre venir y se entrelaza el más allá de las personas y empiezan a mezclarse los amigos, las fiestas, los «te quiero» y las llamadas telefónicas que nunca me gusta contestar. Y desperté, con la desdicha de tener que tomar una decisión o, más bien, de expresarla sin tantas mamadas. 

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