Acabo de terminar el café que preparé y me tomé mayormente helado. Tengo a medio metro de distancia el ron y el agua mineral y Eduardo Rovira pone el ambiente con esos tangos tristes del 66: un ambiente frío y callado en donde el calentador poco puede desempeñar para contrarrestarlo.
Tengo las manos congeladas por la falta de movimiento y la presente onda fría que cayó en la ciudad y, aún así, creo extrañar el frío de tu piel torturándome con sencillas caricias que van más allá del típico «te quiero». Y es que no es necesario querer para extrañarlo, como tampoco creo sensato de tu parte tener que estar mencionándolo tan a menudo. Más bien, creo correcto el hecho de sentir necesidad sobre un frío diferente, uno que me invite a nivelarlo, a disminuirlo entre comentarios banales y uno que otro beso rasposo (producto de la resequedad y la mala humectación de nuestros labios).
Eduardo comienza a tocar "Al invitado" y ya he alcanzado el ron. Comienzo a exhalar largas bocanadas mezcladas de humo y vapor, y el recelo de tu esencia se presenta ante mi como un camino errático de desconcierto y vulnerabilidad existencial, algo así como el impacto de carros chocones justo en el momento del corte de corriente eléctrica y el hipo, ese que aparece a reacción después de una coca-cola bien helada. ¿Y dónde estás? Lo sé, ocupada: procurando terminar los pendientes y tratando de sacar el último proyecto. «Respuestas debajo de la mesa», llegué a citar alguna vez.
Van siete días del año y seguimos siendo los mismos, al menos en este preciso momento. Mañana será diferente: serás diferente y me gusta esa idea. Sin embargo, hoy puedo impedirlo, detenerlo por una noche en donde seamos el mismo reflejo del comienzo revoltoso en en que nos fuimos a adentrar. Recrear una escena en dónde volvamos a equivocarnos y reírnos de la misma manera: beber un sorbo de la misma copa, mirarnos a los ojos sin decir una palabra y acomodarnos el cabello mutuamente mientras detrás, atrás de todo nuestro triste y sencillo acto se encuentre el escape de dos personas que se desconocen amablemente hasta que se cumpla el pacto de partir.
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