martes, 7 de enero de 2014

Irregular

    Acabo de terminar el café que preparé y me tomé mayormente helado. Tengo a medio metro de distancia el ron y el agua mineral y Eduardo Rovira pone el ambiente con esos tangos tristes del 66: un ambiente frío y callado en donde el calentador poco puede desempeñar para contrarrestarlo. 
    Tengo las manos congeladas por la falta de movimiento y la presente onda fría que cayó en la ciudad y, aún así, creo extrañar el frío de tu piel torturándome con sencillas caricias que van más allá del típico «te quiero». Y es que no es necesario querer para extrañarlo, como tampoco creo sensato de tu parte tener que estar mencionándolo tan a menudo. Más bien, creo correcto el hecho de sentir necesidad sobre un frío diferente, uno que me invite a nivelarlo, a disminuirlo entre comentarios banales y uno que otro beso rasposo (producto de la resequedad y la mala humectación de nuestros labios). 
    Eduardo comienza a tocar "Al invitado" y ya he alcanzado el ron. Comienzo a exhalar largas bocanadas mezcladas de humo y vapor, y el recelo de tu esencia se presenta ante mi como un camino errático de desconcierto y vulnerabilidad existencial, algo así como el impacto de carros chocones justo en el momento del corte de corriente eléctrica y el hipo, ese que aparece a reacción después de una coca-cola bien helada. ¿Y dónde estás? Lo sé, ocupada: procurando terminar los pendientes y tratando de sacar el último proyecto. «Respuestas debajo de la mesa», llegué a citar alguna vez. 
    Van siete días del año y seguimos siendo los mismos, al menos en este preciso momento. Mañana será diferente: serás diferente y me gusta esa idea. Sin embargo, hoy puedo impedirlo, detenerlo por una noche en donde seamos el mismo reflejo del comienzo revoltoso en en que nos fuimos a adentrar. Recrear una escena en dónde volvamos a equivocarnos y reírnos de la misma manera: beber un sorbo de la misma copa, mirarnos a los ojos sin decir una palabra y acomodarnos el cabello mutuamente mientras detrás, atrás de todo nuestro triste y sencillo acto se encuentre el escape de dos personas que se desconocen amablemente hasta que se cumpla el pacto de partir.
    Hasta entonces, puedo decir que te extraño, por ahora. Tal vez mañana me digne a negarlo todo, al menos no de querer verte. 



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