sábado, 18 de enero de 2014

Es exactamente eso lo que me mantiene al margen

    Es el tercer viernes del presente año y ya hay tanto qué decir. Tanto qué decir, tanto que callar y seguir caminando entre el asfalto. «¿Por dónde empiezo?», me pregunto en medio del silencio, que se presenta fino y omnipresente entre las diez de la mañana y la primera ronda de café con leche del desayuno, rompiéndose sólo por el canto de nuestro triste ruiseñor llegando desde el porche. A veces es difícil pensar en el comienzo, en los comienzos, esos monstruos que pocas personas saben controlar de buenas a primeras: mansos engendros de fachas horripilantes que nos ahuyentan y asustan a primera impresión. Empiezo. 
    Sería sensato empezar por lo relevante, lo que puede contarse en pláticas cualquiera: en la mesa a la hora de comida, con compañeros de trabajo, con el vecino bonachón que me saluda en las mañanas. Entonces, el año es otro y nosotros también. Lo somos, lo sabemos (¿?), casi hasta lo creemos, lo observamos: somos más viejos, más estilizados pero con más barriga, tenemos los ojos un tanto más arrugados, somos diferentes, y todo esto, todo lo anterior, me pone de buenas. Me alegro, me amargo y sigo escribiendo en este cuaderno a la par de mensajes en el móvil. Apenas puedo pensar en lo nuevo: dos-mil-ca-tor-ce, así: separado por sílabas que me hacen pensarnos deambulando y madurando uno a uno, separados por caminos que se ramifican y se cruzan sin cesar, hasta desaparecer en el trayecto: bullshit de lo más común y corriente. «Habría que reflexionar», pienso y descarto. No hay mucho que pensar al respecto, es el momento, lo de hoy, tu presente ausente, ubicado sin mapas cartesianos, una aparición. 
    Hoy es viernes, un día después de una ausencia injustificada al trabajo, sin paga y sin gloria, con intervención verbal de lo sucedido, con una indiferencia que me abraza y me brinda lealtad de la buena, de la bonita, lealtad existente y no patrañas de terceros, de terceras, de falsa reputación pretenciosa. «¿Cómo se atreve?», me digo. Se presenta en mi mente el recuerdo de alguna falsa lealtad, una que aún se osa en portar como atributo y me dan ganas de bostezar; prefiero volver al café, ya frío y sin mucha consistencia: un escape directo a la cruda realidad con una dosis de cafeína alistándome para los chingazos. Miro la taza de porcelana en el justo instante en que dan las once, fijamente, me pierdo. Imagino labios: pulcros, rosados, sensibles al dolor y aún así quemándose con cada sorbo, intangibles en el momento y tan vividos como las mordidas de ayer, las de la semana pasada.
    «¿Qué situaciones vienen...?», susurro; lo dejo a la incertidumbre de saberme así, ignorante y ansioso de sorpresas y decepciones, con un puño alzado en señal de defensa y una mejilla esperando el impacto: Robertito. Es algo que en verdad me gusta esperar, los chingazos. Nunca fui bueno peleando, más bien, fueron pocas veces en que llegué al punto de hacerlo pero, cuando lo hice, cuando de verdad lo decidí o me vi ya imposibilitado del escape, me rompí la madre de verdad. Vaya pendejada. Exhalo, suavemente saco el aire que me ayuda a proseguir e instantáneamente se vuelve vapor, ese tenue desperdicio de agua en el que oscilo y me siento el más petulante de tus conquistas. Lo pienso y pienso en tu cama a reacción, y siento tu cobija de algodón rozándome la piel sensible después de tus caricias mientras yaces a mi lado: dormida y profundamente perdida en ese vacío que a muchos les llega después del choque de cuerpos, y te envidio, mientras me acuerdo y me regreso a ese preciso momento: mirando el techo de tu habitación, adelantando y volviendo a través de panoramas dignos de escenas de Tinto Brass y un aislado murmuro, enmudecido por los compases de tu respiración y una repentina lista de siguientes decisiones, legibles y concretas que se dejan alumbrar por una leve luz rosada que empieza a brillar sobre Monterrey. Regreso a la silla de mi cocina. «¿Qué piensas?», nada: vivo y creo existir, más no estoy seguro. Cargo con tus besos y tus caricias, con tu saliva y tus cabellos, con tu olor en el cuerpo y en la sonrisa. Cargo con mi insignificancia al momento de partir, claro está. 
    «Es exactamente eso lo que me mantiene al margen», me afirmo al observar el fondo del recipiente ya sin café qué beber. Entorno el lapso distante, fugaz e inexistente bajo las influencias excesivas de un disco melancólico que llevo en el alma, cerrando la boca y apreciando el jadeo que deja perderse así. Enciendo la estufa nuevamente y el deseo de dormir me invade de repente. Si al menos tuviera el día entero, así, en silencio: solitario ritual de encontrarme conmigo y querer huir, pero hoy no, no se puede. Me di cuenta que no podía volver a faltar cuando me percaté de una mañana sin tanto frío y mis pies fueron los informantes. Caminé descalzo hasta la puerta para dejar salir a mi perro a orinar cuando los rayos del sol intentaron jalarme al día nuevo, y, triunfante, regresé a tientas a la cama aferrándome a la oscuridad de entre las sabanas y los pocos sueños que procuro recordar: Carpe diem: YOLO. Podría haberse(me) quedado así, distante y callado viernes en que mi padre celebra su cumpleaños y poco sé de sus últimos comportamientos fuera de regla (comentarios de mi madre y hermana) y sus intenciones. Viernes-que-me-toca-trabajar-hasta-tarde y viernes-de-mañana-voy-a-trabajar-temprano. 
    «Así son mis días», cancion de Control Machete, «Estos son los días», libro de Alberto Chimal, «These days», canción emblemática de Nico: todas esas similitudes me acompañan en ese parecido eslogan de la bitácora de lo que pasa y de lo que voy relatando. Así mismo, volviendo al recuento de los primeros actos del día, entre la pesadez de los párpados entrecerrados y la pereza de levantarse temprano, me encontré con un mensaje de una noticia triste, una muerte. Un deceso significativo que pegó directo a una persona que quiero mucho y decido despertar para tratar de dar un poco de apoyo. Cierro el cuadernillo e inhalo estabilidad. Así empieza el viernes y así termino transcribiendo todo esto a este espacio en madrugada de sábado, antes de ir a trabajar. 
    
    

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