sábado, 18 de mayo de 2013

He estado escuchando mucho a Rodríguez

I
   Entre el montón de días que han pasado desde mi última entrada puedo enumerar un montón de cosas que me han pasado y bueno, tampoco lo voy a hacer. Más bien, me limitaré a decir que estoy bien, que no hay nada externo que me esté chingando justo ahora, sólo, tal vez, el hecho de tener que empezar a mandar currículums a diestra y siniestra. Puedo decir que entre los días lluviosos, días soleados, días regios y días chilangos, el estrés que tanto cargaba en la espalda se disminuyó como se esfuma el humo de la boca al entorno. Han sido varias las circunstancias que me han tenido de una u otra manera, han sido suficientes cambios de rutina en una semana como para recordar cuál era la dicha rutina. Eso ahora poco importa, más bien, se traspapela, se vuelve un acto de querer-saber-que-ningún-día-será-igual, empezar a decirme frente al espejo que soy lo que queda y lo que tengo que aprovechar. Amor a estar solo, amor a no sentirme a estar solo, amor a querer mandar todo a la chingada sin mandarme siempre a mi primero. ¿Entonces, cómo?
 II
    Cada que viajo al DF me siento como si volviera a la casa de mi abuela o algo parecido. Caminar por las enormes calles atascadas de gente y comercio en las aceras me hace sentir un poco en casa, o como se le pueda decir, algo así como llegar a un lugar en donde sabes que te sientes a gusto. Y no es que lo pasado no signifique nada para mi como para negar viajar allá, porque, como con muchos lugares de mi ciudad, tengo que verlos, estar frente a ellos y saber y entender que, aunque estén llenos de recuerdos y riqueza de ayer, no puedo bloquearme más, no de esa forma. El lugar está ahí, invitándome y abrazándome con su presencia, diciendo a cada segundo que no puedo vivir sólo una historia, que entre historias, me sabré perder. Abro la llave del lavabo y me enjuago la cara como un signo de hacerme sentir ahí justo ahora, sin un fin sino, más bien, como un estado puro de estabilidad y tranquilidad en donde la joroba del estrés desaparece. Y estás ahí siempre, siempre, aunque parezca lo contrario, aunque parezca que nunca te vi o te hablé, estás ahí como la primera referencia de lo que sé de la ciudad o lo que sabía. Te sabía. 
III
    Entre tanto desmadre que puedo citar, cabe recalcar que sigo siendo un dramático de mierda. Me inventé una historia muy a la Allen-Godard-Kubrick (Manhattan-Pierrot, Le Fou-Eyes wide whut) en donde yo estaba en Monterrey para mis padres y en realidad andaba en el DF. Los que conocen la historia me juzgaron de mal hijo, de moderno romántico, de hijo-de-la-verga. Los que no la conocen no la sabrán, a menos, de que me inviten una cerveza y quieran escuchar la historia más patética que he inventado últimamente, todo en una caminata del baño a la cocina.

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