viernes, 10 de mayo de 2013

Ayer tampoco sabíamos bailar II

    Apago la bocina y su música para dejarle todo el espacio habitacional de mi mente a tu voz. Ni Elmo Hope me salva de estas noches, carajo. Abro los brazos y me dejo tumbar. En cierto modo, el simple hecho de cerrar un libro, de darle stop al reproductor, de aplastar el cigarrillo a medio fumar y tronar los dedos de mis pies, en ese orden, reflejan el nerviosísmo y la ansiedad de aceptar derrota. Tu voz. No la tuya, no la de ella, la que piensas probablemente, o las que no conoces, sino de la que quedó tras de todas: la ciudad. Más bien: su voz. La voz que carcome todo ese racimo de pensamientos que engendré a lo largo de la jornada, desde el momento de despertar a duras penas y saludar a mi padre, hasta el lapso incomodo de sacarle de nuevo la vuelta al cuaderno esta misma noche. 
    Son bastante los recuerdos que uno va aprendiendo a llevar de la mano como para continuar arruinándolos y, entre el montón de personas que me rozan en el transporte y los pequeños y jodidos detalles que nos da el porvenir, sigo en el camino del «bueno-mañana-tendrá-que-ser-mejor-sino-jodo-a-Spinetta». Estoy leyendo tres libros a la vez: dos ensayos muy flojos y una novela que me está haciendo desfasar a los anteriores, lo cual, me remite a momentos en los que el sonido citadino se vuelve el verdadero soundtrack de lo que acontece, como siempre, en esas buenas páginas que uno va dejando pendientes hasta que se acuerda que están ahí, como los recuerdos que se embarran en ciertos lugares de la ciudad y que de nada sirve erradicar.
     Apago la bocina y de paso voy por la computadora, dejando que la tranquila noche y sus llantos de rastro de civilización, aún en proceso, se encarguen de las palabras que siguen, de las que no se leen: el puñado de trazos que se adornan en un paisaje abstracto y absurdo del cual me sostengo. Eco.
    Y (siempre es) hoy, como ayer, como Cerati lo dijo, seguiré aquí/allá, bajo esa orquesta de efectos sonoros que tanto dejamos de lado y que, en noches como esta, terminan arrullándome de nuevo. Chau.
   

1 comentario:

Zarzoza dijo...

esa sensación de vertigo, que solo la gente puede emular.