Ya es casi media noche y apenas me armé de algo de valor para escribirte
un poco. Quiero narrar todo lo que ha pasado acá desde que te fuiste y tratar
de dejarlo todo claro con el único objetivo de que me creas un poquito más.
Desde el día en que te fuiste no he podido salir a las calles y sentir ese
calor veranero que siento cuando estamos juntos por tu casa, sin importar que
noviembre reine y tener que soportar esas tremendas temperaturas tan dignas de
tu noreste mexicano. Lo extraño mucho y extraño es sentir esta necesidad de
querer buscar algo que sé que nunca encontraré aquí: la compañía a tu lado y su
necesario calor humano bajo el pecho así como la piel chamuscada de tanto
caminar por el centro.
¿Por qué si te esmeras tanto en escribir
algo que crees necesario que lea no lo mandas como envío urgente o algo más
efectivo? Alguna forma que haga la explicación de una manera más ordenada y no
como esos gritos desesperados que resuenan por el teléfono y que parecen ser
los últimos para poder morir de coraje y decepción. Quisiera creer y decir que
me equivoco con cada uno de los malos pensamientos que tengo hacia ti, en
verdad que trato pero ejemplos como: «y sentir ese calor
veranero que siento cuando estamos juntos por tu casa» parecen
formar una buena y rebuscada frase, seguida de: «tener que soportar esas
tremendas temperaturas tan dignas de tu noreste mexicano», pero
no, sólo dejan a flote al repugnante punto de vista de mi zona geográfica y los
buenos deseos que construyes y destruyes cada que llego ansioso por querer
estar más tranquilo.
A
estas alturas debes de estar terminando de desempacar en tu pieza. Seguramente
te encuentras exhausto por haber llegado temprano a la ciudad y tener que
ducharte para ir a presentarte en ese empleo que tanto detestarás y que tomas
por también haber tomado esta especie de responsabilidad taciturna pero
necesaria y que, de los dos, sólo tú ibas a poder hacerlo. He quedado un poco
malhumorada con la última discusión que tuvimos pero también creo que estoy
mucho mejor acá, alejada de lo que pueda pasar si fallas y terminas por
desquitarte conmigo. No es que sea cobarde, pero creo que te estás yendo a la
grande y eso ahora no es tan necesario.
Claro que iba
a ser yo el que tomara el trabajo pesado, el que pondría en riesgo su
estabilidad emocional y financiera al tomar un empleo como ese, además de saber
que lo lograría y tendría que pasar un tiempo acá, una vez más, para poder
tener un poco de mejores bases y poder vivir mejor que el día-a-día al pedo que
tanto apesta ya. Sabes refugiarte bien, en esa zona de confort que tanto
idolatramos y perseguimos los dos, y que sólo tú sabes aprovechar, querida,
pero ah, Tania, el trabajo lo tengo y a ti ya no te tengo nada segura.
Por ahora me he encontrado un poco más tranquila desempeñando mi papel
de buena ama de casa sin marido que atender, hijo que criar y trabajo que
renegar, tengo que esperarte para emprender lo que ya sabes tengo en mente y
estoy aquí nuevamente sola frente a mis libros y ese montón de tiempo de sobra
que, a veces, tanto derrocho en estas fechas. Conocí a la vieja señora del
departamento de arriba ayer en la entrada del edificio y resultó ser gran
aficionada a los juegos de mesa y el té con galetillas de mantequilla
empacados, ya sabes, algo que se me puede acomodar entre seis y siete de la
tarde mientras te encuentras en camino a tu casa y mis lecturas vespertinas
llegan a su fin. Es buena gente la vieja y no deja de darme gusto el hecho de
que su hermano y la mujer que amaba hicieron algo parecido a lo nuestro y
resultó un poco como ellos querían y un poco como el tiempo se los dio y digo,
bueno, al fin de cuentas obtuvieron algo de recompensa y, ahora, justo ahora,
me siento como esa protagonista de película americana que aprieta el pañuelo pañoso
(de tanta transpiración) de su hombre y suspira, discretamente mirando hacia la
esquina superior derecha de la pantalla en tecnicolor.
Al menos me
entero de que estabas mejor, tranquila como nunca y disfrutando mi ausencia
como se aprovecha la lluvia en el verano, sin nada que pensar para mañana,
Tania, que es lo que siempre quisiste. A veces te imagino escribiendo estas
cartas llorando y después te visualizo con un gotero en la mano calculando el
lugar exacto en donde derramar las falsas lágrimas que tanto me entristecerán
al verlas. ¿La vieja del 56? Pensé que la odiabas, recuerdo que hasta le
llegaste a robar los recibos de su buzón, casi asegurando que sería el fin de
los tiempos si alguien llegara a cartearla, pero bueno, al menos me estoy más
tranquilo al saber que puedo pensarte junto a ella mientras me encuentro de
regreso a casa dentro del camión lleno de gente harta de vivir. Y bueno, Tania,
al final de cuentas esta será una más de las cartas que redactas en tus
cuadernos de cuadro chico y que escribes con diferentes tintas femeninas y que,
como las anteriores, serán una muestra de ese amor que tanto recibo y que, poco
a poco, puede llegar a matarme caminando del baño a mi habitación. ¿Habrás
visto las películas de la nouvelle vague que te dejé?, lo dudo.
«Il pleure dans mon cœur / Comme il pleut sur la ville», extraño no poder sentir ese calor que te acompaña en donde quiera
que estás, me aterra tener que pasar un día más y otro sin ello, sin ti, sin
esa parte de mí que me recuerda de que estoy viva y puedo ser un asco total o
un alivio para cada uno de tus tropiezos. Pero acá estoy, con lo que en verdad
merezco, con los bolígrafos llenos y tristes e inservibles, con las palabras
menos llamativas de las enciclopedias, con ese pensar y querer adivinar que nos
depara mañana.
Tania, tú y
tu amor por la verga de Verlaine en el fino culito de Rimbaud. Podrías haber
venido, esperarme acá, en el departamento que tuve que alquilar para no ver a
mi familia, hablar de lo que no hice en el trabajo y las ideas para los fines
de semana y un poco de sexo tras la jornada, pero no, según tú merecías un poco
de tu espacio para releer los libros de siempre y codearte con una vieja que ni
siquiera sabe que su hermano era el más marica de todo el barrio.
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