jueves, 7 de febrero de 2013

Enero y Abril


    Ya es casi media noche y apenas me armé de algo de valor para escribirte un poco. Quiero narrar todo lo que ha pasado acá desde que te fuiste y tratar de dejarlo todo claro con el único objetivo de que me creas un poquito más. Desde el día en que te fuiste no he podido salir a las calles y sentir ese calor veranero que siento cuando estamos juntos por tu casa, sin importar que noviembre reine y tener que soportar esas tremendas temperaturas tan dignas de tu noreste mexicano. Lo extraño mucho y extraño es sentir esta necesidad de querer buscar algo que sé que nunca encontraré aquí: la compañía a tu lado y su necesario calor humano bajo el pecho así como la piel chamuscada de tanto caminar por el centro.
    ¿Por qué si te esmeras tanto en escribir algo que crees necesario que lea no lo mandas como envío urgente o algo más efectivo? Alguna forma que haga la explicación de una manera más ordenada y no como esos gritos desesperados que resuenan por el teléfono y que parecen ser los últimos para poder morir de coraje y decepción. Quisiera creer y decir que me equivoco con cada uno de los malos pensamientos que tengo hacia ti, en verdad que trato pero ejemplos como: «y sentir ese calor veranero que siento cuando estamos juntos por tu casa» parecen formar una buena y rebuscada frase, seguida de: «tener que soportar esas tremendas temperaturas tan dignas de tu noreste mexicano», pero no, sólo dejan a flote al repugnante punto de vista de mi zona geográfica y los buenos deseos que construyes y destruyes cada que llego ansioso por querer estar más tranquilo.
    A estas alturas debes de estar terminando de desempacar en tu pieza. Seguramente te encuentras exhausto por haber llegado temprano a la ciudad y tener que ducharte para ir a presentarte en ese empleo que tanto detestarás y que tomas por también haber tomado esta especie de responsabilidad taciturna pero necesaria y que, de los dos, sólo tú ibas a poder hacerlo. He quedado un poco malhumorada con la última discusión que tuvimos pero también creo que estoy mucho mejor acá, alejada de lo que pueda pasar si fallas y terminas por desquitarte conmigo. No es que sea cobarde, pero creo que te estás yendo a la grande y eso ahora no es tan necesario.
    Claro que iba a ser yo el que tomara el trabajo pesado, el que pondría en riesgo su estabilidad emocional y financiera al tomar un empleo como ese, además de saber que lo lograría y tendría que pasar un tiempo acá, una vez más, para poder tener un poco de mejores bases y poder vivir mejor que el día-a-día al pedo que tanto apesta ya. Sabes refugiarte bien, en esa zona de confort que tanto idolatramos y perseguimos los dos, y que sólo tú sabes aprovechar, querida, pero ah, Tania, el trabajo lo tengo y a ti ya no te tengo nada segura.
    Por ahora me he encontrado un poco más tranquila desempeñando mi papel de buena ama de casa sin marido que atender, hijo que criar y trabajo que renegar, tengo que esperarte para emprender lo que ya sabes tengo en mente y estoy aquí nuevamente sola frente a mis libros y ese montón de tiempo de sobra que, a veces, tanto derrocho en estas fechas. Conocí a la vieja señora del departamento de arriba ayer en la entrada del edificio y resultó ser gran aficionada a los juegos de mesa y el té con galetillas de mantequilla empacados, ya sabes, algo que se me puede acomodar entre seis y siete de la tarde mientras te encuentras en camino a tu casa y mis lecturas vespertinas llegan a su fin. Es buena gente la vieja y no deja de darme gusto el hecho de que su hermano y la mujer que amaba hicieron algo parecido a lo nuestro y resultó un poco como ellos querían y un poco como el tiempo se los dio y digo, bueno, al fin de cuentas obtuvieron algo de recompensa y, ahora, justo ahora, me siento como esa protagonista de película americana que aprieta el pañuelo pañoso (de tanta transpiración) de su hombre y suspira, discretamente mirando hacia la esquina superior derecha de la pantalla en tecnicolor.
    Al menos me entero de que estabas mejor, tranquila como nunca y disfrutando mi ausencia como se aprovecha la lluvia en el verano, sin nada que pensar para mañana, Tania, que es lo que siempre quisiste. A veces te imagino escribiendo estas cartas llorando y después te visualizo con un gotero en la mano calculando el lugar exacto en donde derramar las falsas lágrimas que tanto me entristecerán al verlas. ¿La vieja del 56? Pensé que la odiabas, recuerdo que hasta le llegaste a robar los recibos de su buzón, casi asegurando que sería el fin de los tiempos si alguien llegara a cartearla, pero bueno, al menos me estoy más tranquilo al saber que puedo pensarte junto a ella mientras me encuentro de regreso a casa dentro del camión lleno de gente harta de vivir. Y bueno, Tania, al final de cuentas esta será una más de las cartas que redactas en tus cuadernos de cuadro chico y que escribes con diferentes tintas femeninas y que, como las anteriores, serán una muestra de ese amor que tanto recibo y que, poco a poco, puede llegar a matarme caminando del baño a mi habitación. ¿Habrás visto las películas de la nouvelle vague que te dejé?, lo dudo.
    «Il pleure dans mon cœur / Comme il pleut sur la ville», extraño no poder sentir ese calor que te acompaña en donde quiera que estás, me aterra tener que pasar un día más y otro sin ello, sin ti, sin esa parte de mí que me recuerda de que estoy viva y puedo ser un asco total o un alivio para cada uno de tus tropiezos. Pero acá estoy, con lo que en verdad merezco, con los bolígrafos llenos y tristes e inservibles, con las palabras menos llamativas de las enciclopedias, con ese pensar y querer adivinar que nos depara mañana.
    Tania, tú y tu amor por la verga de Verlaine en el fino culito de Rimbaud. Podrías haber venido, esperarme acá, en el departamento que tuve que alquilar para no ver a mi familia, hablar de lo que no hice en el trabajo y las ideas para los fines de semana y un poco de sexo tras la jornada, pero no, según tú merecías un poco de tu espacio para releer los libros de siempre y codearte con una vieja que ni siquiera sabe que su hermano era el más marica de todo el  barrio.

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