De los días en los que me doy cuenta en que por más que sienta y crea que hago un poquito para darle sentido a mi vida, siempre nace un lapso de distimia: un momento justo para odiarme y odiar a todo el mundo hasta el fin del hastío. Así me conoció esa vez, en un momento de ansiedad en el que mis brazos reflejaban el soliloquio que siempre ha sido mi film, esa película asquerosa que alguna vez intentaste ver en un lunes de asueto y que aburrió a más de un par en menos de quince minutos.
No tengo nada que mostrar ni nada nuevo que contarte, porque no quiero, porque en verdad no tengo nada que decirte, sólo que, te odio como a todas esas circunstancias que llegaron a hacerme creer lo contrario. Qué puedo hacer, así voy a ser hasta el día en que deje de verte cada vez que mire el espejo.
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