He vaciado mis bolsillos y sigo sin encontrar el secreto que me diste a guardar. Aceptando que me hayas confiado algo tan fuerte y atesorado, estoy dispuesto a contárselo a la persona más aleatoria que se pueda presentar ante mi, pero el problema es que no sé dónde lo dejé.
Hoy no puedo afirmar lo que, todos dicen, es uno de mis atributos más desesperantes y característicos: El ser un tesorero de secretos. ¿Cómo sucedió? No tengo ni la más remota idea, ni siquiera sé qué tán borracho me encontraba y cómo fue que llegaste a acercarte a mi, pero si de algo me acuerdo es que lo vaciaste en mis oídos como un flujo sanguíneo, un espeso fluir que se adentraba en el más delicado de mis sentidos y, por ende, el más frágil.
Ramiro me contó algo parecido una vez y se dobló. Nadie puede con algo así, ni siquiera tus mejores amigos e, independientemente de la estrecha relación que tenemos, las ansias que me carcomen son las que, alguna vez, me hacían fantasear cada noche contigo.
Sin embargo, ahora no sé en qué lugar he dejado el famoso secreto, y las ansias que tengo por gritárlo son sólo por simple reacción humana, ¿cómo voy a contarlo ahora? Dilemas totales a la hora del morbo...
Ya pasa de medio día y trato de acordarme de los detalles de la noche pasada: los movimientos, las pláticas, las caras y las voces circundantes, las bebidas y los tropiezos que uno da cuando el alcohol sube la marea. No dudo que en alguna caída lo haya olvidado o que todo se haya tratado de una idea que se clavó en mi mente, pero el golpe que traigo en la cabeza me hace dudar si te conozco o eres, otra vez, el recuerdo del vacío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario