He
de aceptar que todo el tiempo que paso aceptando las horas, semanas y días
valen toda la pena del mundo cuando llega ese momento. El momento en el que te
apareces frente a mis ojos y opacas todo lo que te circunda, un shock increíble
que revive con la misma forma en que lo has venido haciendo a lo largo de este
tiempo. Sólo necesito verte para hacerme saber, una vez más, que hay un más
allá que las tardes solitarias en mi habitación, los recorridos a solas en el
centro o los sábados que no salgo de casa y que, lentamente, alimento con tu
existencia para no morir de sobredosis.
Hay algo ahí, algo que resplandece
en lo más recóndito del ser que se expande, que me agarra de las manos y me
hace creer, por más irrelevante que parezca, un presagio que intuyo y procreo
para que el mañana pueda ser mejor, para que mañana pueda verte a fondo, en el
ocaso más urgente de mi vida. No es necesario citar una canción, un poema que
ya enamoró a miles de parejas ni un te
amo que se anteponga a un beso, te escribo palabras que salen de mi mente y
que aguardan por ser contadas, leídas e ilusionadas con el fin de estar en ti.
Creo que este es el momento, el momento de
decirte que eres la fuerza que siempre necesito tener, aquí, en mí, en el
momento justo en el que te miro a los ojos y el silencio del silencio nace para
dejarme entregarme a ti, en el fin del desespero y el comienzo de la locura que
aparece al depender de ti en una totalidad que empieza y no acaba.
Salvemos el momento, el instante en que nos
tenemos el uno al otro, el beso que afirma y el jadeo que decora, el abrazo
momentáneo y el sexo necesario que se vuelve el clímax, del día y la noche en
que nos encontramos y soñamos, al preciso momento, de ahogarnos juntos.