¿De qué sirven los argumentos razonados que me cuentas cuando te aseguro que tu inicio de discusión jamás comenzara? Te lo he dicho miles de veces: no trates de convencerme con ideales formulados base a análisis hipócritas, la longevidad de mi terquedad es más fuerte que la soledad de mis repudios.
Recuerdo la vez en que aquella mujer me estiró de los cabellos para decirme al oído que siempre sería una basura, mientras caminabamos detrás de sus padres en una tarde de domingo y de la cual, encontraría la pista clave para visualizar su perversidad, todo esto mientras plantaba sus labios húmedos en los míos. Nunca creí que una persona tan hermosa pudiera llegar a cometer todo lo que después hizo, pensé que era sólo digno de las películas americanas hollywoodenses, pero no, su belleza estaba directamente ligada a la brutalidad de su naturaleza humana. Digo todo esto porque sí soy así de negativo es, en parte, su culpa y no culpa, más bien, por sus jodidas acciones que agrietaron mi adolescencia.
Anoche soñé que bailabamos, mientras me sonreías y yo devolvía el gesto con una sonrisa forzada, mientras mis pies de hundían por un espiral occidental, uno de esos que siempre aparecen cuando pienso que la felicidad al menos es alcanzable, cuando te nombro tres veces y, en la vida llena de tragicomedias, supongo encajar.
Gracias por todas las desveladas que han dibujado las ahorcadas ojeras en mi rostro, gracias a ti, mi terquedad, por librarme de bailar otra pieza.
Leonardo Barajas
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