Sigo recordando aquel
pensamiento que dejé colgado, en uno de los cientos de tendederos en los que
tus prendas jamás se posaron, y los cuales, yo me precipité a poner. Sí, aquel
pensamiento de adolescente impotente ante el mundo, mi mundo, que se
desorbitaba cada vez más base a las irregularidades que se suspendían por una
boba niña rubia, quién adoraba más sus deseos de morir a los 27 y las decenas
de vergas que chuparía después de la mía.
Que tonto júbilo se despertaba en mí ser: Era
hermoso como un simple muchacho puede llegar a pensar cosas que, en menos de un
año, sabrá que son totalmente inexistentes, al menos específicamente hablando,
del pleno entendimiento y amorío recíproco que él pensaba tener por esa niña de
pezones rosados. Es tan digno de contar entre las experiencias más estúpidas
que una persona puede tener, más allá de las locuras que me han llegado a
cometer la ansiedad, las drogas y el desespero que recae en las noches de
verano.
Es gracioso, soso y tan típico de
telenovela que hasta parece que la hubiese inventado, en una de esas noches en
las que, entre las consecuencias de no tener cigarrillos cuando más se
requieren, se enumera crear historias de
mi infancia, adolescencia y vejez prematura, como de las intolerantes aventuras
en las que te imagino con tu hermano y el incesto que, nunca pude comprobar,
cometían cada vez que llegaba tu preámbulo de menstruación.
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