lunes, 26 de marzo de 2012

Las consecuencias de no tener cigarrillos cuando más se requieren


Sigo recordando aquel pensamiento que dejé colgado, en uno de los cientos de tendederos en los que tus prendas jamás se posaron, y los cuales, yo me precipité a poner. Sí, aquel pensamiento de adolescente impotente ante el mundo, mi mundo, que se desorbitaba cada vez más base a las irregularidades que se suspendían por una boba niña rubia, quién adoraba más sus deseos de morir a los 27 y las decenas de vergas que chuparía después de la mía.
    Que tonto júbilo se despertaba en mí ser: Era hermoso como un simple muchacho puede llegar a pensar cosas que, en menos de un año, sabrá que son totalmente inexistentes, al menos específicamente hablando, del pleno entendimiento y amorío recíproco que él pensaba tener por esa niña de pezones rosados. Es tan digno de contar entre las experiencias más estúpidas que una persona puede tener, más allá de las locuras que me han llegado a cometer la ansiedad, las drogas y el desespero que recae en las noches de verano.
    Es gracioso, soso y tan típico de telenovela que hasta parece que la hubiese inventado, en una de esas noches en las que, entre las consecuencias de no tener cigarrillos cuando más se requieren, se enumera  crear historias de mi infancia, adolescencia y vejez prematura, como de las intolerantes aventuras en las que te imagino con tu hermano y el incesto que, nunca pude comprobar, cometían cada vez que llegaba tu preámbulo de menstruación.

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