jueves, 19 de septiembre de 2013

El amor son mocos en este pañuelo

     Si nuestra relación hubiese sido igual de breve como nuestro primer encuentro, otra sería la historia. Me lo digo ahora, mientras llego, por mera coincidencia, al restaurante en donde nos conocimos y pido el mismo pan con café que ordené aquella tarde.
    (El ambiente del lugar es una de las principales atracciones. Uno puede llegar ahí y quedarse por horas sin importar la calidad de los alimentos, ya que desde sus grandes ventanales se puede tener una vista panorámica que otros lugares envidian, dando al consumidor un confort de voyeur que paga para cometer su pecado. Afortunados son los clientes que llegan más allá de la simple taza café y ordenan comida de la cafetería, siendo ésta un exquisito gourmet en sencillos platillos, así como el café es, sin duda, el mejor de la zona: entrar ahí sigue siendo una de las cosas por las que me gusta esta ciudad. Tengo en mis recuerdos un registro muy detallado de decenas de charlas, cenas entre viejos colegas, romances de miradas fortuitas que duraban minutos y tardes solitarias en donde he optado por refugiarme en algún libro a plena tranquilidad).
    Habiendo notado esta inoportuna situación, al observar a una mujer de unos veintitantos años leer un libro con ansiosa desesperación, el recuerdo de ti llega a mí cabeza y me descubre como actor de una escena ya vivida: una muy particular. No puede ser otra más que la del día en que te conocí. La sorpresa entonces llega y me dibuja una sonrisa, obligándome a observar la delicada silueta femenina; donde los cabellos caen hasta tocar las blancas hojas de papel y, los zapatos, son tan altos como la maleta al lado de sus pies. «¿Cuánto tiempo ya desde nuestro primer encuentro?», me digo al momento en que el cansado mesero se acerca y coloca la orden para retirarse, y detrás de mí, una pareja discute los rebasados gastos en la tarjeta de crédito de los últimos tres meses de la mujer. Sinceramente, nunca creí conocer a alguien tan importante para mí en un lugar tan común y corriente, sitio donde cientos de personas entran y salen a toda hora y lo que menos parece existir, en ellos, es el amor.
    La forma en que su dedo medio iba de la mesa a la boca me trasladaba a un ambiente ambiguo, una reproducción del recuerdo claro que me guardo de ti. Y luego, el dedo yendo de la boca hacia el libro: parecía haber sido ensayado innumerables ocasiones, como si aquella mujer imitara tus movimientos para su reproducción en alguna pantalla al mundo; una muestra de la adorable atracción que surgía de tus actos más casuales que a tantos llamaba la atención y a pocos había embrutecido teniéndome a mí como el número uno de tus incontables enamoradizos. Si la hubieras visto te asustarías más de lo que ahora recuerdo haber sentido al percatarme, por no decir que entrarías en un shock de aquellos.
    Notó que la miraba cuando levantó al fin su vista para beber del café. Como un tipo que ya sabe lo que sigue y saca provecho de las ventajas que dejan los años, sonreí con gusto mientras me respondía de manera muy forzada: emulando la torpeza de tus sonrisas y dejando ver unos dientes chuecos y amarillos, que imitaban la desproporción que poseías antes de tu tratamiento. Uno puede saber qué es lo que sucederá a continuación: el voltearse hacia otro lado para dar por terminado el primer contacto visual, observar rápidamente el panorama que se extiende a través de todo el lugar y que poco me he limitado a apreciar, darse cuenta de que entre toda esa escena del entorno urbano y la cálida tarde que nos tiene dentro de una cafetería, no es más que un ordinario set de filmación de la larga proyección de nuestras vidas. Sin embargo, poco se puede ignorar el aumento de la temperatura corporal que aparece al obtener una pequeña emoción como esa, haciéndome pensar que, en ese momento, puede significar algo bueno qué rescatar de todo el conjunto de hechos que se van en lo que el día va transcurriendo.
    Ella se acercó hacia mí amablemente y le invité a tomar asiento. Al estrechar su mano no pude evitar sentir la delicadez nerviosa que dejaba percibir en su pulso, regalándome la virtud de permiso para ese montón de pensamientos que surgirían de dicho acto: una entrega de algo íntimo que sólo yo podía apreciar en ese instante. Al parecer, el lapso de tiempo del saludo se extendió demasiado para que me pidiera soltarla, a lo cual reaccioné vergonzoso y arrepentido de dejar relucir mi búsqueda de ti en las manos de otra mujer. Algo típico para un hombre maduro como yo. Sería mentira decir que hablé más de mí que de costumbre, lo cual admito cuando terceros me lo hacen saber pero, en esta ocasión, era ella quien hacia las preguntas que llegaban hasta mis oídos como una entrevista pretenciosa, una serie de cuestiones que incomoda de relatar a extraños pero que, con el encanto de esa mujer, poco pude resistir.
    Observamos el sol que caía tras la ventana en el primer silencio que tuvimos. Tras una larga serie de preguntas, encontramos un momento para respirar un poco: ella acomodando el separador de su libro de una manera obsesiva y correcta, y yo siguiendo a las personas de afuera con la mirada, mientras sentía al calor del café cayendo por la garganta y viendo de reojo los movimientos que la fémina iba haciendo. La encontraba atractiva, al menos lo suficiente como para tenerme fingiendo interés en las oscilaciones de los árboles base al viento.
    (Una de las paredes de la cafetería se encuentra adornada por unos veinte cuadros pequeños. En ellos hay fotografías de parejas que habían pasado a ser clientes frecuentes y amigos del dueño, Carlos Tamés: un hombre ridículo que enviudó a los dos meses de abrir su negocio y se había obsesionado con fotografiar hombres y mujeres que pasaban sus tardes en compañía de un café. Los nuevos visitantes, no paran de curiosear al preguntarse quiénes serán esas personas, a lo cual Carlos se acerca y les comenta la temática. Los clientes frecuentes ya conocen la historia, siendo que, la mayoría, nos encontramos retratados en una vieja pared con personas que ya hemos dejado hace mucho tiempo).
    Cuando hubo terminado el silencio entre los dos, ella escribió una frase en el pañuelo que se encontraba debajo de su café, del cual, no pude distinguir el mensaje. Lo guardó dentro de su puño izquierdo y entonces preguntó por cosas banales que respondí con un sorpresivo gusto inherente de la situación. Ambos lo pude sentir en mis mejillas y verlo en su discreto rostro adquirimos un semblante espontáneo, lleno de arbitrariedad bajo los efectos de lo inverosímil en que se hubo tornado nuestra supuesta conversación. Reparaba en sus labios temblorosos al tiempo en que se reía, comparando las ondas de sus tontas carcajadas con el vaivén del viento que pasaba en el exterior, revoloteando así los cabellos de la gente que pasaba. Tenía en frente de mí a alguien que me recordaba toda tu pinche persona y no sabía hasta dónde íbamos a llegar.
     De un momento a otro, sus ojos se fijaron en los míos y me anunció su retirada. El despido fue algo que bien pudo compararse con un «hasta luego» de algún familiar, un «nos vemos» clásico entre amistades y un «hasta mañan de viejos y aburridos amantes, donde el acto mismo no es nada más que hábito y, por ende, poco debería importar. El beso en la mejilla se esfumó entre el ruido del lugar y al fin el pañuelo llegó hasta mi. Sus pasos se iban alejando con apuro y su figura se extinguía entre el tumulto que abarrotaba la cafetería, todo mientras en mis manos desarrugaba el pañuelo y leía una frase donde el punto final del encuentro era exacto: «el amor son mocos en este pañuelo».
    A diferencia de esta ocasión, en nuestro primer encuentro teníamos unas lluvias torrenciales de septiembre invadiendo la ciudad, producto de un huracán en las costas del Golfo de México. Por esa razón, el negocio del viejo Carlos se quedó sin luz eléctrica por un momento, siendo nosotros las únicas dos personas que no observaban el chubasco por las ventanas: nos habíamos cubierto de una total oscuridad que nos impedía seguir mirándonos de lejos. La seducción fue cada vez más palpable, orillándonos a la aproximación repentina.        Había terminado mi segunda taza cuando, bajo el brillo de un relámpago, aparecías frente a mí, tornada de un azul blanquecino, colocando a golpe seco en la mesa el enorme café que tomabas, mientras con la otra mano sujetabas el libro y me saludabas como a un viejo amigo. Lo vuelvo a repetir: nunca creí conocer a alguien tan importante para mí de esa manera. Demasiado casual para notar algún posible «más allá» que no fuera preguntar por la hora o por fuego para el tabaco.
    La lluvia duró lo que duró la charla. Te cambié tu café por mis cigarrillos y comimos el pan que me quedaba. Salimos juntos hasta que nuestros caminos tuvieron que separarse y prometí llamarte el fin de semana. Todo había sido breve, muy corto, casi fugaz, más sin embargo, decidí llamarte aquel viernes donde todo cambió. Al final, terminamos durando demasiado tiempo en un noviazgo forzoso y obstinado, casi tanto como para odiar el haber creído en el amor de cafetería.


   
   
   
    

lunes, 9 de septiembre de 2013

Ella también

    No puedo decir que me hace sentir mejor saber de ti. No puedo decir algo bueno de ello, tampoco algo malo. Más bien, por ahora me limito a sentirlo, a apreciar el simple hecho de que te hayas cansado y estés aquí: en este lugar en donde paso la mayor parte de mi tiempo huyendo de lo que no quiero tener. 
    La soledad en que estoy en éste lugar es algo que sólo tú puedes romper. Como la total influencia que tuve en aquel tiempo para la construcción de éste lugar, eres la única persona que puede entrar y llegar hasta aquí, siendo la poseedora de la copia de mi llave: la invitada exclusiva para venir hasta acá. 
    Estoy recostado, tú sólo vienes a hacerme compañía sin decir una sola palabra. 


 

martes, 3 de septiembre de 2013

Parfois, j'écris sur vous

    Me gusta leerte como a nadie más en éstos últimos tiempos. Todavía puedo afirmar que sigues siendo un misterio para mi y, precisamente por eso, puedo seguir fiándome de lo que haces sin esperar nada a cambio, sabiendo que entre juegos y chuscas conversaciones no hacemos nada que pueda dañar o corromper algo que tanto nos habría costado construir. 
    Para bien o mal, ninguno de los dos estamos dispuestos a acarrearnos algo tan tonto como eso, no después de lo que nos ha tocado vivir en el último año, lo cual, como un patético punto de vista, nos inmiscuye en un extremo pesimista de la vida en donde terminamos por acoplarnos tan bien, razón suficiente para que nos alegremos tanto de, al menos, no estar tan aislados del mundo como ambos creímos.
    Escribir sobre ti no tendría importancia si supiera que visitas seguido este blog. Como sé que no lo haces puedo darme el pequeño lujo de hacerlo, un poco al menos: antes de que pienses que todo esto va más allá de lo que parece. Podría decir que es injusto el hecho de que esté abierto a un público general, que poco tiene que ver con nosotros, y no a tu merced, más sin embargo casi puedo afirmar que te negarías a leerlo y preferirías dejarlo para después: un signo característico de tu persona.
    De igual manera no creo relevantes para ti estas palabras, así que no importan, sólo me sirve escribirlas para mantenerme un poco ocupado.  

domingo, 1 de septiembre de 2013

    ¿Hasta dónde iremos a llegar con este juego de pseudo novios? 
    Hay algo que pasa mientras se va todo eso que sé nunca podré describir de manera tangible. Una especie de relación afectuosa en donde me preocupo por ti y estás ahí cuando voy de nuevo rumbo al vacío, como un soporte virtual en donde puedo refugiarme de tanta cruda realidad y las consecuencias que nacen con cada decisión tomada: pruebas de la inmadurez y el casi nulo interés de mirar hacia adelante. 
    Me es grato saber que al menos puedo confiarte toda esta tanda de incoherencias y vergonzosas vivencias y estados emocionales, un alivio que nace de entre el encierro personal ante una sociedad que me es indiferente y una verdad que ahora se visualiza muy nublada, una promesa mentirosa de decir relajadamente que nos toparemos y no decir más al respecto. La sensación que trae consigo dicho pacto infantil regocija al equilibrio anímico de cada jornada, pasando a ser una terapia ante la falta de consciencia de lo que abarca la vida en pareja y, así mismo, efectuando un ejercicio social que brinda experiencia y afecto frente a un deficiente contacto social. 
     Es la primera vez que escribo de ti, tal vez mañana escriba de nuevo.