Teclear hasta el final logrará
alguna frase bonita, alguna que te llene, que te haga sentir ese raro
sentimiento que nombran amor (jaula de los locos/esquema marginal). Escribiré
al menos un pedazo de ese sentimiento que tanto te urge leer en alguien más que
no sea tu torpe novio o el viejo poeta aquel con el que nunca podrás coger. Lo
haré. Sí. Haré que mañana quieras suicidarte por tercera vez en el mes, que
corras hasta mí y no seas capaz de decírmelo de frente, como la primera vez,
como la segunda vez, como ahora volverá a pasar. Esperaré a que la noche
empiece a impregnarse en el ambiente, lentamente, y, después, encenderé el
cigarrillo que dejaste en mi buró. Será de noche, seré fantoche y herviré mis
ojos con tal de hacerte sentir lo patética que todos te dicen ser. Lo mereces,
lo merecemos y es un mal necesario. Esto es amor, tu extraña percepción del
cariño puro y angelical: marcas en el cuerpo y sabores ásperos en la lengua.
Detesto tu forma de escribir. Siempre pareces estar escribiendo lo mismo pero con palabras más tontas, como lo hace tu persona favorita, como lo hacen las niñas que nunca se van a acostar contigo. Sé que no es la mejor manera de decírtelo pero creo que no nos veremos más, no después de tus faltas de ortografía tan notorias en nuestros proyectos, de ninguna manera. Perdón, siempre pensé que serías una mejor persona y sólo he descubierto que eres más idiota que yo. A veces pensaba en lo que pasaba a tu alrededor, tus canciones cursis y tus aventuras locas pero después sólo me fuiste enseñando las más tristes maneras de vivir y esas ya las conocía. No quiero que pienses que te busqué por conveniencia ni por alguna idolatría babosa sino que, somos muy parecidos, tanta desdicha no cabe ya, no después de las pendejadas que has hecho y las que están próximas a suceder.
Teclear mucho no hará que se me salga una frase bonita ni mucho menos, en esencia, te irás adentrando a lo que te espera si es que quieres vivir conmigo. Temo que esto pueda asustarte, que en verdad sea un shock para tu percepción de mí y como lo volví a arruinar todo otra vez, pero si no te lo digo ahora nunca estaré en paz conmigo mismo. Lo puedo visualizar todo justo ahora: peleas babosas seguidas de arrepentimientos sosos y besitos acaramelados con el mismísimo azúcar repugnante que usan las brujas —no para comer niños sino para coger con cabrones—, y, finalmente, sexo duro para la reconciliación. Terminaré pegándote y me odiarás, empezaré lamiéndote y te gustará, más sin embargo, sólo puedo intuir que el carajo nos aclama, que tu madre querrá que me parta un rayo y que todo esto que tenemos ahora, mañana, será el polvo que hay que sacar después de tener una de esas fiestas en las que no sabes ni quién llegó. Las advertencias no son más que valientes verdades de reconocimiento de que nada bueno vendrá, la decepción de mi persona es algo que aprendí a pensar desde niño y sólo quiero dejar de lado el romanticismo que usé contigo sólo para probar tus pezones rozados. Lo sé, soy de lo peor y, por eso mismo, quiero que sigas viviendo cegada ante la putrefacción que nos rodea.
Para nadie, para mí, para octubre el femenino.
Detesto tu forma de escribir. Siempre pareces estar escribiendo lo mismo pero con palabras más tontas, como lo hace tu persona favorita, como lo hacen las niñas que nunca se van a acostar contigo. Sé que no es la mejor manera de decírtelo pero creo que no nos veremos más, no después de tus faltas de ortografía tan notorias en nuestros proyectos, de ninguna manera. Perdón, siempre pensé que serías una mejor persona y sólo he descubierto que eres más idiota que yo. A veces pensaba en lo que pasaba a tu alrededor, tus canciones cursis y tus aventuras locas pero después sólo me fuiste enseñando las más tristes maneras de vivir y esas ya las conocía. No quiero que pienses que te busqué por conveniencia ni por alguna idolatría babosa sino que, somos muy parecidos, tanta desdicha no cabe ya, no después de las pendejadas que has hecho y las que están próximas a suceder.
Teclear mucho no hará que se me salga una frase bonita ni mucho menos, en esencia, te irás adentrando a lo que te espera si es que quieres vivir conmigo. Temo que esto pueda asustarte, que en verdad sea un shock para tu percepción de mí y como lo volví a arruinar todo otra vez, pero si no te lo digo ahora nunca estaré en paz conmigo mismo. Lo puedo visualizar todo justo ahora: peleas babosas seguidas de arrepentimientos sosos y besitos acaramelados con el mismísimo azúcar repugnante que usan las brujas —no para comer niños sino para coger con cabrones—, y, finalmente, sexo duro para la reconciliación. Terminaré pegándote y me odiarás, empezaré lamiéndote y te gustará, más sin embargo, sólo puedo intuir que el carajo nos aclama, que tu madre querrá que me parta un rayo y que todo esto que tenemos ahora, mañana, será el polvo que hay que sacar después de tener una de esas fiestas en las que no sabes ni quién llegó. Las advertencias no son más que valientes verdades de reconocimiento de que nada bueno vendrá, la decepción de mi persona es algo que aprendí a pensar desde niño y sólo quiero dejar de lado el romanticismo que usé contigo sólo para probar tus pezones rozados. Lo sé, soy de lo peor y, por eso mismo, quiero que sigas viviendo cegada ante la putrefacción que nos rodea.
Para nadie, para mí, para octubre el femenino.
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