Es tarde ya para devolverme.
Hace media hora que he tomado una ruta
alterna que me llevara a un lugar distinto a donde en realidad iba. Todo ha
comenzado con la intención de tomar un atajo y llegar antes de lo planeado a
aquella reunión pero, entre el barrio desconocido al que entré y las altas
horas de la noche, me he tomado otra salida de momento y ahora me dirijo a su
casa. Debí girar hace tres semáforos y terminar esta estupidez. Ahora estoy ya
por tomar la salida de la ruta exprés sin haber frenado por minutos. Sería
necesario hablarle por teléfono si es que en realidad voy a verle, tal vez ni
siquiera esté ahí y todo sería una pendejada más en mi haber del cual podría
mofarse a plenitud.
Sin más que pensar, nuevamente he desviado
mi camino. Han pasado tres minutos desde que tomé el celular para llamarle y ya
me encuentro rebasando automóviles a ciento veinte kilómetros por hora sin
saber qué hacer aún, agazapado por esa corriente de aire fresco de madrugada
que suele aparecerse en el verano y que ahora me acaricia invitándome al
descaro. Esperaría estamparme mientras conduzco al escuchar su tenue voz, saber
que es muy tarde y que cada vez estoy más cerca del bulevar hacia casa que
tomar el retorno a la suya es lo que sucede entre canciones. ¿Me contestará la
llamada después de tanto tiempo? El silencio que perdura después de un track
recién terminado al siguiente hace énfasis a lo que cuestiono.
Creo encontrarme a quince minutos de llegar
con ella si hago el retorno en Ruíz Cortines. Podría dar la vuelta, llegar por
un par de cervezas y aparcarme esperando su respuesta en la tranquilidad de la
noche, justo a unas calles antes de su estancia por donde no corra riesgos.
Tomar el teléfono y marcar sin reproches, hablar con vulgaridad y escuchar una
respuesta que igual vale madre parece verse tan fácil: aclarar mi garganta y
presentarme frente a ella ahora lo visualizo como un absurdo sin sentido, un
berrinche de fiebre de sábado por la noche sin borrachera que lo respalde. Sin
embargo, persisto. Es tarde y seguro se encontrará ya ebria, lo cual
lo haría más sencillo: contestaría algo sorprendida y con tono mamón, si tengo un
poco de suerte puedo pasar a recogerla en Lago Rodeo como antes, como si no
hubiera pasado nada y saber en realidad que no pasa nada en lo absoluto es lo
que me tranquiliza justo ahora.
Me he aparcado en una brecha oscura a orinar
y noto la hora en el celular. Son las cuatro con veinte de la mañana y ya nada
de esto parece tener un fundamento racional que me lleve a seguir manejando
entre esta horrible ciudad. Deseo verla de nuevo y es sólo el impulso lo que me
ha traído aquí, mientras noto la claridad que empieza a tomar el cielo, preguntándome
una vez más si esta patética corazonada va más allá de un par de suposiciones y
semáforos en verde, todo al tiempo en que sacudo mi verga de las últimas gotas
y me resigno a dejar esto como estaba. Como una meada que se queda olvidada en
el pavimento hasta evaporarse entre la nada.