En qué consiste esta espera y qué es lo que esperamos en realidad.
Debajo de mis pies yace un calor apenas perceptible que me aterriza en mi escritorio, orillándome a un silencio triste y pasajero. Encima de ellos circula el denso aire que deja el invierno que se aleja mientras la tarde formula la ineptitud de ahondar aquí. Pero persisto.
Abunda un silencio perpetuo entre la formulación de una idea y el teclear de palabras desplegadas en el procesador de texto. Puedo cuantificarlo sí, realizar una bitácora con una nomenclatura excelsa que me permita después desplegar estadísticas en tiempo y forma y, a su vez, graficarlas y distribuirlas conforme las necesidades del cliente y lo que aún no sabe que necesita. Pero no hay cliente y el tiempo, aparentemente, sobra, aunque al instante replique que de todo lo que puede sobrar en estos días el tiempo es el menos indicado.
Entonces, no me sobra el tiempo. Son las 14:09 horas. Hace una tarde nublada y aburrida. Habito junto al silencio triste que sé es sólo pasajero y trato de meditar una razonable explicación para tener que sentarme aquí. Fracaso. Y como en todos los fracasos me permito el sentimiento de la huida, del escape de este lugar, aunque se trate de unos momentos, de unos segundos en que la libertad se presente y me libre de este cuerpo, de estas ataduras que me pesan y me niegan la libertad hacia la nada. Y qué es la nada sino un lugar sin espera, sin realidades, sin ideas, sin palabras ni cuantificaciones. Un lugar que no es lugar. Un instante en el que no estoy aquí a las 14:09. Sin tiempo que sobre o falte. Una utopía.
Vuelvo a mi asiento sin saber si he regresado, escuchando un timbre a lo lejos que procede de un grito incomprensible, un murmullo suburbano. Son las 14:10. Exhalo una suave bocanada mientras el sentimiento de la espera se vuelve a encarnar en mí, sin saber qué es lo que se espera, sin saber qué es la realidad.
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