Nunca me ha gustado junio. Sobre todo porque cumplo años. Supongo que ya lo intuías desde el año pasado. Tal vez no. No soy un fanático del verano ni de festejar hacerme mas viejo, mucho menos del día del padre, no. Sin embargo ya es junio y no hay marcha atrás.
He estado un poco ocupado en dormir más de lo normal, en ejercitarme después de la jornada de trabajo y perder mi tiempo en una serie de idioteces que-no-me-llevan-a-nada. Lo habrás notado. Aún sigo con una especie de estado emocional en el que no me soporto la mayoría del tiempo y es esto lo que me mantiene en este momento tratando de escribir, ya sin las ganas de antes y con una ansiedad pasajera que no llega a tanto. Tengo trabajo qué hacer después del trabajo y no he avanzado mucho, me mantengo siempre buscando una manera de distraerme o de quedarme dormido, pensando en las cosas que no quiero hacer y las vacaciones que ya tengo pagadas y veo tan distantes, en las cosas que quiero tener y no hago por alcanzar, en las cosas que quiero decirte y vuelvo a callar.
Una vez más me encuentro temprano en la oficina, en un sábado donde el colegio parece un establecimiento abandonado de la vieja unión soviética y la inquietud de no sentirme tranquilo me acelera los pies debajo del escritorio. ¿Habré de morir antes de cumplir 27 años? No lo creo, pero tal vez este estado raquítico que estoy intentando describir sea lo que más se le parezca, aunado a la necesidad nefasta que tengo por verte de nuevo y la boba intuición que me hace pensar que tú sientes lo contrario. Así empieza mi junio, alejado de toda la tranquilidad que pensé tener y encarándome la madurez que no poseo para no perder la tradición veraniega.
Exhalo un aliento de contrariedad para terminar este breve lamento, tratando de inyectarme una gota de excepción que anule todo lo contrario. Disculpe las molestias. Buenos días.