lunes, 23 de febrero de 2015

Debut

I

    Winterreise. A febrero siempre lo he tenido como un mes impredecible. Lo he estado pensando en todo lo que va del mes, en cada paso que me separa del anterior y los segundos que no idealizo, figurando día a día como todo se reduce a procesos bien o mal elaborados y a las pequeñas acciones inverosímiles que apenas si llegan a notarse entre la niebla. Aún es invierno y el contenido de cada jornada se acompaña de rondas de café negro y una soledad plana en la que me entrego hacia lo atónito, hacia la incertidumbre en la que me resulto a cada noche con la inconciencia de saber algo más allá de mi yo antecesor. Es febrero y el contraste del anterior febrero es lo que me encamina a preguntarme en qué lugar debo de situarme al tiempo en que la ignorancia me arrodilla a desvanecerme en la duda del presente, a un silencio sin treguas y una falta de esperanza en donde Schubert acontece ante cada instante desfallecido.
    Conduciendo hasta casa me he encontrado recreando un sinfín de tangentes que se desprenden de cualquier situación, ya sea encontrarte en algún trágico lugar en donde solíamos beber o verme ya con la idea misma de saber decidir (o lo que pueda significar esa estúpida tontería). Es la mente que me traiciona la que me acerca a la barranca final de este cuento, es el tiempo y su recorrido el que me aventaja en cualquier duelo imaginable, y la vida sigue como esa mano enorme que constantemente abofetea y la saliva escurridiza no es más que la reacción del viviente en plena apoplejía.
   Einsamkeit.  Pasar otro invierno es enterarme de que no deseo enterarme de nada en lo absoluto y que estoy perdiendo la batalla por nocaut. Algún tiempo atrás habría de reír con picardía ante el fracaso sin sopesar demasiado en el asunto. Ahora por otro lado, no hago más que sobrellevar el peñasco como Sísifo: héroe absurdo definitivo en el panorama en el que me asimilo de arriba para abajo. Es el sentido absurdo mismo de levantarme y dirigirme de nuevo hacia el mismo lugar cada día lo que me circunde, lo que me ocupa y lo que me atrapa más de lo debido, y me resulto ahí: encasillado a un lieder falso de una nada que me creo y carcomo, un recuerdo de un amor tóxico y de los otros amores que me he negado a formar.
    De nuevo me encuentro bajo la lluvia y es esta especie de tempestad la que me relaja ante el vituperio grotesco matinal. Faltaría un centenar de lluvias más para alegrarme ante la complejidad que abarca toda esta basura resultante y, sin embargo, carente de razones para maldecir al cielo y a los cuatro vientos, soslayo la agresividad que anulo en treinta y siete pasos al norte y un panorama musical en el que jugueteo a colocar un punto final.

II

    Habían sido demasiadas las reproducciones de esa canción que era ya, para aquella noche de embriaguez, casi imposible saber si era el principio el que se escuchaba o el final que se prolongaba hasta el hastío. Corría una resonancia malentendida en mi cerebro apresuradamente, invadiendo el atolondrado y bajo control de un cuerpo carente de firmeza, ganando terreno a una rapidez sorprendente en la que me iba entregando sin oposición alguna en un placer incompetente y conformista. La noche aún era joven y me lo decía toda ella: sensual forma femenina de atracción que me abrazaba en un acto de maternidad interracial y polaridad universal.
    Suspendido entre el dulce sonar de sus palabras, indagaba el secreto de sus virtudes en un séquito de incógnitas para resumirme entre sus respuestas, sin saber entender que el alcohol era la justa reacción que buscaba mi sangre y que las palabras de ella no eran más que vulgaridades tersas en las que mi mente intentaba reposar. Sin embargo, me encontraba a merced de sus manos, que me acariciaban y embarraban del eco que su voz iba dejando a flote en la habitación, casi deseando ser tragado por las fauces que escondía aquella hermosa boca y, simplemente, coexistiendo en una verdad alterada en la que ambos nos mentíamos.
    Para no cometer alguna equivocación seria, después de haber intercambiado el calor de una noche, bloqueé el ciclo del comienzo: la canción estaba interrumpida. A ciencia cierta, había tomado al toro por los cuernos en un alto estado alcohólico, sin siquiera saber que eran todas las de perder y que, sin importancia al momento, ya había perdido todo lo que podía rescatarse y después lo asimilaría. Era un escape dentro de un escape, una ola de hechos necios en donde nos habíamos precipitado a lo banal, al llanto de las ninfas en los bosques y la fuente de la perdición espiritual. Debut.