miércoles, 17 de marzo de 2010

La superchería del arranque




Un ornitorrinco me invito ayer a cenar, en su casa, debajo de la mía. La nostalgia era lo suyo y la soledad era su esposa. Había una silla con mi nombre, de colores carnosos y con olor a agosto. Parecían conocerme, yo no le di importancia. Comimos armonías y me dijeron que nunca sabrían mi nombre. Merecían mis pestañeos y me quede a dormir. Las noches debajo de la tierra son frondosas y dormí con rapidez. Recostado soñaba con la enorme bola que siempre ha estado entre mi garganta y el enorme vacío en el estomago. Supe después que me había acostado con su esposa.